Daniel Clemente Expósito y su mujer Silvia Alonso Boubeta son los auxiliares de una de las parejas más importantes de Estados Unidos.
En la literatura y en el cine los mayordomos son personajes crecidos. Casi siempre caracterizados como británicos, cautivan a las audiencias gracias a su humor inteligente, su audacia y perspicacia, desvelan misterios o más bien planean un gran crimen. En la vida real son discretos y poco llamativos aunque comparten con los ficticios una responsabilidad mayúscula: la de velar la confianza de sus patrones.
El vigués Daniel Clemente Expósito, de 30 años, que lo diga. Desde hace tres años se ha convertido en el mayordomo de una de las parejas más influyentes de Estados Unidos, entre las cien personas más ricas del mundo según Forbes. Prudente como exige el oficio, el gallego no revela las identidades de los dueños de la casa, pero suelta pistas: «Él tiene una agencia de inversión y ella es una economista y presidenta de uno de los museos de arte moderna mas conocidos de Nueva York».
Desde que ha llegado a la Gran Manzana, el vigués ha servido a diversas personalidades del arte y de la política que han visitado la casa de sus jefes, en Park Avenue. Daniel Clemente atendió a nadie más que el hombre más poderoso del mundo, el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, también el ex gobernador de Nueva York, Eliot Spitzer, quien ha renunciado recientemente al cargo después de haber confesado su vinculación con una red de prostitución de lujo, y el candidato republicano a la presidencia John McCain, y la princesa de Qatar, por mencionar algunos.
Daniel dice que lo peor de su trabajo no es la de realizar las gestiones y recados de sus patrones o incluso pasear a los dos perros de la pareja. Lo más estresante es la preocupación de que todo salga como debe; «El trabajo físicamente no es muy duro pero psicológicamente es bastante estresante porque todo en la casa tiene que estar perfecto para recibir a las visitas que son gente muy importante, desde alcaldes hasta presidentes».
Para organizar el funcionamiento de la mansión, el gallego cuenta con un compañero. «Si trabajo por la mañana, entro a las 6h y salgo a las 14h y si estoy por la tarde, entro a las 14h y salgo a las 22h», cuenta Daniel que solamente tiene dos fines de semana libres al mes. «Un fin de semana libra uno y al siguiente libra el otro. Alguien tiene siempre que ir a la casa aunque no estén los jefes para revisar que todo marche bien. Cuando uno de los dos se va de vacaciones el otro tiene que ir a trabajar todos los días hasta que vuelva el otro», cuenta el vigués.
La mujer de Daniel, Silvia Alonso Boubeta, también trabaja para la misma pareja de multimillonarios estadounidenses. Es una de las cuatro asistentas de la mansión. Según Daniel, dejar Galicia ha valido la pena porque aunque el trabajo es duro, están ahorrando para «volver pronto» a Vigo.
Vida de emigrante
Daniel es hijo de emigrantes gallegos que partieron en la década de los ochenta para Estados Unidos. «Cuando tenía nueve años mis padres nos trajeron a mi hermano y a mi a estudiar. Luego con 15 años regresamos a Vigo, donde hice la carrera y conocí a mi mujer. Nos compramos un piso y teníamos para vivir bien, pero a veces uno quiere ser un poco mas ambicioso y, ya que mis padres estaban en Nueva York, decidimos probar porque aquí los españoles tenmos la la fama de responsables. Sin embargo, es verdad que pensamos volver a Vigo dentro de ocho años».
La morriña
«Yo pensaba que no pero la tierra tira. Cuando vives en un lugar sólo le ves las cosas malas, y muy pocas veces las buenas, pero cuando estás fuera solo piensas en las buenas. Te olvidas de esos atascos en la Gran Vía y en Pizarro, te olvidas de las cuestas y solo te acuerdas de las playas, de las terrazas, de tu equipo de fútbol.
No nos olvidamos ningún día de nuestras familias, abuelos, hermanos, primos y también de nuestros amigos, que tienen suerte que pueden venir de vacaciones unos días a la ciudad mas famosa del mundo y no tener que pagar hotel».